El Pedrero

Si había un lugar en el que hace años quería poner pie, ese era la rinconada del arroyo “El Pedrero” y su naciente.

Son esos lugares que uno mira cada vez que visita el Lago La Plata y se pregunta ¿que habrá allí arriba?

 

La mañana comenzaba con un cielo ardiendo en llamas, rojos intensos daban paso a las primeras luces del sol naciente, era hora de prepararse para un largo día. Una noche de viento intenso que calmaba al amanecer anunciando un clima tranquilo, todo estaba listo para emprender la caminata.

 

 

 

 

Tal vez muchos piensan que El Pedrero se nutre de las alguna vez nieves eternas, se escucha decir “tiene poca agua” no hay nieve arriba. ¿Sera tan así? Pero bueno conozcamos al protagonista de esta salida, vaya que bien puesto su nombre…

 

 

Caminar por su recorrido con el aroma a lengas y ñires es de esos placeres de la vida que llenan nuestros sentidos, todo ese entorno de verdes, amarillos, rojos intensos de un otoño ya omnipresente; el sonido de los cientos de chorrillos dividiéndose que discurren entre las piedras, es el combustible necesario que me lleva a caminar durante horas para llegar a lo alto de su nacimiento.

Es tiempo de brama de los bravos ciervos rojos, el oído afinado buscando la sorpresa de algún bramido, entre tanto canto de pájaros y chirridos de alguna lenga rozándose. La caminata transcurre en subidas y más subidas… y otra subida. Son esos momentos en que uno se pregunta ¿porque hago esto? Un esfuerzo mayúsculo en pos de conocer un lugar remoto y sacar un puñado de fotos, será recompensado todo esto…

 

Verde que te quiero verde

Verde viento verdes ramas...

 

Rezaba el poema de Federico García Lorca, pero entre tanto verde allí está el rojo del otoño. Los ñires se van cargando de rojos intensos, hojas de sangre. Es tiempo de hongos creciendo desde las entrañas de la tierra, quizás algunos sean comestibles, pero su color amarillo intenso en muchos de ellos sea un aviso de no cometer el error de ingerirlos. La naturaleza con su sabiduría suele avisar cuando el peligro está presente, como suele manifestarse en ranas, insectos, etc. Con colores estridentes evitando un mal mayor para otros animales.

 

 

Mis compañeros de ruta, carpinteros de martilleo incesante y ratonas que saltan entre la espesura del bosque.

 

 

Después de casi tres horas de caminar estoy entrando al cañón de la rinconada del Pedrero, el bosque con la altura va haciéndose más achaparrado y retorcido, lo cual es casi imposible seguir una línea recta, hay que ir buscando lugares más limpios y los pequeños claros para avanzar, esto es mucho más cansador que subir una cuesta, por momentos resulta odioso.

Una gran alegría siento cuando por fin salgo al final del bosque, ya estoy arriba sobre la zona de piedras y puedo observar toda esa maravilla de lugar. Un silencio… una paz infinita que invita a sentarse a descansar y contemplar indefinidamente ese espectáculo de la naturaleza y que pequeño se siente uno ante esas montañas monumentales. No era sorpresa no encontrar ni una sola muestra de nieve, como antes dije las nieves ya no son eternas, nuestra casa –este planeta- está cambiando a paso redoblado y pareciera a nadie le importa.

 

El Pedrero no se alimenta de la nieve derritiéndose, si bien su caudal es bajo pero constante. Nace al pie de la montaña desde varios “ojos” de agua. Es increíble como mana esa agua cristalina desde un pequeño pozo, es como si las rocas dejaran sus venas abiertas regalándonos su sangre.

 

 

Mientras disfruto de un buen sorbo del agua mineral más pura que puedas conseguir, veo la sombra de un cóndor que sobrevuela observando quien es el intruso que anda por ese lugar. Esto es como si a un niño le regalaran dulces, la felicidad de tener todo eso para mí solo un instante, montaña, cielo, agua fresca, bosque, un cóndor…

 

 

A cada paso surge una vista y una foto, en cada rincón hay algo interesante que robar para el recuerdo de la memoria fotográfica. Pequeños vallecitos, senderos, rocas, charcos que reflejan todo lo que los rodea, todo eso que costo llegar ahora se hace una pequeñez sin sentido.

 

 

Ya está entrando la tarde y las horas de luz más cortas, luego de un último descanso hay que comenzar a descender, la noche no es una buena alternativa para transitar por el bosque. No es una cuestión de miedos –muchos los tienen…– en lugares tan cerrados a pesar de una buena linterna es peligroso que alguna rama nos lastime un ojo, perder el sendero y esto llevara a mayor distancia de caminata con el consiguiente cansancio. En el bosque de noche todos los rincones parecen iguales.

Es tiempo de brama, si a este gran banquete de naturaleza pura algo le faltaba, era el espectáculo de los ciervos bramando. Había en ese momento dos ejemplares desafiándose a la distancia, con el arroyo como límite del conflicto. Esos vozarrones retumbando en el cañadón... ¡¡¡ vaya espectáculo!!!

Estuve un tiempo agazapado a la espera de poder verlos, la espesura hace que sea casi imposible y de seguro al menor ruido todo se esfumaría, hasta que uno de ellos en aparente huida por ser de seguro el más débil cruzo un pequeño valle con su típica gallardía y estampa.

 

Solo se dejó ver por unos segundos, para internarse nuevamente a la seguridad del bosque, el apuro y la distancia –la cual era bastante- no permitió un mejor registro de esto que fue la frutilla del postre de un gran día.

 

 

La rinconada del “Pedrero” vaya si valió la pena el esfuerzo, son de esos lugares especiales que uno volvería sin ni siquiera pensarlo.

 

 

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Comentarios: 1
  • #1

    Sebastian Fernando Castillo (lunes, 20 marzo 2017 11:12)

    Muy buen relato! con fotografías que lo complementan y enriquecen. Ansioso de poder leer mas aventuras.